Argentina 2008: discusion y balance
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La Argentina ha sido y sigue siendo un país extraño; no sólo por sus promesas incumplidas, aquellas que soñaron un futuro de riquezas infinitas en una tierra pródiga mientras lo que se fue cumpliendo fue precisamente lo contrario: la acumulación de la riqueza en cada vez menos manos. País insólito capaz de alimentar a centenares de millones de personas pero que deja en la indigencia y el hambre a varios millones de conciudadanos. País de intensos debates en el que nada se resuelve, como si los espectros del pasado no pudieran descansar en paz. País de polémicas en el que se guarda, cada vez más pauperizada, la memoria de una época de equidades extraviada en las últimas décadas pero que sigue insistiendo en la experiencia de los más humildes como un testimonio de que la vida puede ser distinta. Un país, entonces, de demandas insatisfechas que ponen en evidencia que la actualidad ha quedado por detrás de otro tiempo.
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Tal vez por eso, por la persistencia de diversas memorias (memorias de la igualdad, de la distribución más equitativa de la riqueza en los tiempos del primer peronismo; memoria de los dolores, de los muertos insepultos, de una justicia todavía injusta) nuestra sociedad sigue ofreciéndose como una anomalía, sigue expresando su excepcionalidad a la hora de encontrar un modo de definirla o de explicarla. Somos arduos y laberínticos, seguimos caminos cuyos puntos de llegada se vuelven a transformar en partida.
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Siguiendo estas huellas que atraviesan las geografías de la política y de la memoria, de la economía y de la cultura, quizá podamos comprender las vicisitudes de un año que se cierra; vicisitudes extraordinarias que pusieron en evidencia gran parte de lo no saldado por nuestra sociedad; como si los diversos acontecimientos que atravesaron el 2008 tuvieran la virtud, para quien intenta pensarlos más a fondo y sin complacencias, de permitirnos desentrañar algo de nuestra excepcionalidad. Son excepcionales los acontecimientos que ofrecen, como si se tratase de un espejo invertido, la posibilidad no sólo de comprender la trama del presente sino, a su vez y de un modo deslumbrante, las significaciones de ciertas encrucijadas del pasado. Digo esto porque en el 2008 hemos visto de qué modo el conflicto desatado por la defensa a ultranza de la renta agropecuaria de parte de las organizaciones del campo generó un debate que volvió a apropiarse de palabras y conceptos en desuso al mismo tiempo que puso en evidencia el papel decisivo de las corporaciones mediáticas ya no sólo como empresas de la información y el entretenimiento sino como verdaderos actores de la puja político-económica.
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En la Argentina se volvió a discutir la olvidada cuestión de la renta y de su distribución; se polemizó sobre el rol del Estado, e incluso se llegó a revisar el concepto mismo de riqueza; se volvió a hablar de clases sociales aun antes de imaginar la tremenda crisis que estaba por sacudir hasta sus cimientos el orden económico mundial. Pocas son las cosas que han permanecido fuera de la agenda de estos últimos meses en los que el terrorismo retórico de ciertos economistas del establishment tuvo que replegarse ante el derrumbe de casi todos sus supuestos ideológicos. Pero lo que aún no se ha derrumbado es la persistencia de un modelo cultural que logró transformar profundamente los imaginarios colectivos penetrando hasta los rincones más oscuros de la vida privada. Las conciencias fueron atravesadas por un núcleo simbólico-cultural que asoció los intereses del mercado y del neoliberalismo a las formas naturales de la existencia, casi convirtiéndolos en un equivalente a la lluvia o a cualquier otro fenómeno natural generando una esencial deshistorización de las actividades humanas haciendo del mercado y de sus ideologemas el eje de lo verdadero y absoluto.
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Sería demasiado largo hacer una enumeración de los cambios operados en la conciencia individual y pública, pero sí es clave comprender que la dinámica inaugurada con la revolución neoconservadora en los años 80 tuvo como eje principal esa captura de las conciencias; una captura motorizada alrededor de un reconocimiento central: la importancia decisiva de los lenguajes culturales a la hora de redefinir enteramente el orden político-económico. Y en esa decisión del sistema el papel de los medios de comunicación fue absolutamente relevante. Tal vez por eso la máxima dificultad a la hora de diseñar otro modelo de país y de sociedad sea la potencialidad inédita de la máquina mediático-política para insistir en los lenguajes neoliberales como núcleos insustituibles de la vida cotidiana.
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El año que se cierra fue pródigo en enseñanzas, nos permitió auscultar el fondo, muchas veces oscuro, de nuestra sociedad, de los valores hegemónicos que la rigieron desde la dictadura en adelante; ofrecieron la oportunidad para reinstalar discusiones que parecían como saldadas pero que se vuelven fundamentales a la hora de proyectarnos hacia el Bicentenario. En fin, dejaron abiertos los surcos de un futuro capaz de reencontrarse con lo mejor del pasado (en especial con las experiencias de la equidad y de la distribución más justa de la renta nacional) pero también capaz de conducirnos hacia la repetición de lo mismo, es decir, de la desigualdad y de la intolerancia. Ojala que el año que está por abrirse nos permita recuperar el hilo de la memoria en el interior de otros desafíos y de nuevas necesidades.
Doctor en Filosofia
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publicado en Buenos Aires Economico - 29 de diciembre de 2008
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La Argentina ha sido y sigue siendo un país extraño; no sólo por sus promesas incumplidas, aquellas que soñaron un futuro de riquezas infinitas en una tierra pródiga mientras lo que se fue cumpliendo fue precisamente lo contrario: la acumulación de la riqueza en cada vez menos manos. País insólito capaz de alimentar a centenares de millones de personas pero que deja en la indigencia y el hambre a varios millones de conciudadanos. País de intensos debates en el que nada se resuelve, como si los espectros del pasado no pudieran descansar en paz. País de polémicas en el que se guarda, cada vez más pauperizada, la memoria de una época de equidades extraviada en las últimas décadas pero que sigue insistiendo en la experiencia de los más humildes como un testimonio de que la vida puede ser distinta. Un país, entonces, de demandas insatisfechas que ponen en evidencia que la actualidad ha quedado por detrás de otro tiempo.
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Tal vez por eso, por la persistencia de diversas memorias (memorias de la igualdad, de la distribución más equitativa de la riqueza en los tiempos del primer peronismo; memoria de los dolores, de los muertos insepultos, de una justicia todavía injusta) nuestra sociedad sigue ofreciéndose como una anomalía, sigue expresando su excepcionalidad a la hora de encontrar un modo de definirla o de explicarla. Somos arduos y laberínticos, seguimos caminos cuyos puntos de llegada se vuelven a transformar en partida.
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Siguiendo estas huellas que atraviesan las geografías de la política y de la memoria, de la economía y de la cultura, quizá podamos comprender las vicisitudes de un año que se cierra; vicisitudes extraordinarias que pusieron en evidencia gran parte de lo no saldado por nuestra sociedad; como si los diversos acontecimientos que atravesaron el 2008 tuvieran la virtud, para quien intenta pensarlos más a fondo y sin complacencias, de permitirnos desentrañar algo de nuestra excepcionalidad. Son excepcionales los acontecimientos que ofrecen, como si se tratase de un espejo invertido, la posibilidad no sólo de comprender la trama del presente sino, a su vez y de un modo deslumbrante, las significaciones de ciertas encrucijadas del pasado. Digo esto porque en el 2008 hemos visto de qué modo el conflicto desatado por la defensa a ultranza de la renta agropecuaria de parte de las organizaciones del campo generó un debate que volvió a apropiarse de palabras y conceptos en desuso al mismo tiempo que puso en evidencia el papel decisivo de las corporaciones mediáticas ya no sólo como empresas de la información y el entretenimiento sino como verdaderos actores de la puja político-económica.
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En la Argentina se volvió a discutir la olvidada cuestión de la renta y de su distribución; se polemizó sobre el rol del Estado, e incluso se llegó a revisar el concepto mismo de riqueza; se volvió a hablar de clases sociales aun antes de imaginar la tremenda crisis que estaba por sacudir hasta sus cimientos el orden económico mundial. Pocas son las cosas que han permanecido fuera de la agenda de estos últimos meses en los que el terrorismo retórico de ciertos economistas del establishment tuvo que replegarse ante el derrumbe de casi todos sus supuestos ideológicos. Pero lo que aún no se ha derrumbado es la persistencia de un modelo cultural que logró transformar profundamente los imaginarios colectivos penetrando hasta los rincones más oscuros de la vida privada. Las conciencias fueron atravesadas por un núcleo simbólico-cultural que asoció los intereses del mercado y del neoliberalismo a las formas naturales de la existencia, casi convirtiéndolos en un equivalente a la lluvia o a cualquier otro fenómeno natural generando una esencial deshistorización de las actividades humanas haciendo del mercado y de sus ideologemas el eje de lo verdadero y absoluto.
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Sería demasiado largo hacer una enumeración de los cambios operados en la conciencia individual y pública, pero sí es clave comprender que la dinámica inaugurada con la revolución neoconservadora en los años 80 tuvo como eje principal esa captura de las conciencias; una captura motorizada alrededor de un reconocimiento central: la importancia decisiva de los lenguajes culturales a la hora de redefinir enteramente el orden político-económico. Y en esa decisión del sistema el papel de los medios de comunicación fue absolutamente relevante. Tal vez por eso la máxima dificultad a la hora de diseñar otro modelo de país y de sociedad sea la potencialidad inédita de la máquina mediático-política para insistir en los lenguajes neoliberales como núcleos insustituibles de la vida cotidiana.
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El año que se cierra fue pródigo en enseñanzas, nos permitió auscultar el fondo, muchas veces oscuro, de nuestra sociedad, de los valores hegemónicos que la rigieron desde la dictadura en adelante; ofrecieron la oportunidad para reinstalar discusiones que parecían como saldadas pero que se vuelven fundamentales a la hora de proyectarnos hacia el Bicentenario. En fin, dejaron abiertos los surcos de un futuro capaz de reencontrarse con lo mejor del pasado (en especial con las experiencias de la equidad y de la distribución más justa de la renta nacional) pero también capaz de conducirnos hacia la repetición de lo mismo, es decir, de la desigualdad y de la intolerancia. Ojala que el año que está por abrirse nos permita recuperar el hilo de la memoria en el interior de otros desafíos y de nuevas necesidades.
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Ricardo ForsterDoctor en Filosofia
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publicado en Buenos Aires Economico - 29 de diciembre de 2008
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